No es la piel del lagarto prehistórico que se desliza serena
y apenas trémula, centellas entre el silencio y un céfiro del mediodía. Tampoco
es la superficie movediza con su profundidad breve, iluminada por el día
abierto que no festeja una concesión burocrática. No es el manto, aunque lo
parezca, de un fantasma vegetal y líquido buscando no volver a ser el mismo en
su devenir verde musgo, tal vez un tanto esmeralda. Es el río libre y eterno
recorriendo su extenso albedrío, vivo desde el principio de los tiempos, visto
en cierto y limitado contexto de ¨Libertad¨, nótense las comillas.