viernes, 21 de octubre de 2022

OLIVERIOS & PLATÓNICOS / VIDA, OBRA, SEXO Y ARTE DE ALBERTO CARLOS BUSTOS, MUNICIPAL Y PÁJARO (QUINTA ENTREGA) MIGUEL ÁNGEL SOLÁ

"Nació un 23 de febrero de 1909. Interrumpió mi siesta con berridos y aspavientos que ni orangután de zoológico en celo emitiría por razones elementales de corrección y urbanidad...", señala, indignado, Pièrre Pongèuse -farmacéutico y aforista de origen belga, naturalizado argentino en 1927, tras veinte años de residencia en el país -“...dormía plácidamente al son del canto de los pájaros, en la mecedora colgante que un paciente paraguayo me regalara, cuando se desató esa avalancha de gritos infrahumanos provenientes de la casucha vecina, habitada por los  Bustos. Recuerdo que algún familiar, o amigo, de éstos vociferaba a quienes quisieran escucharle -no era mi caso-:... ¡Es un varón, carajo...! Indignado, anoté en mi diario personal (que presenta como prueba) la fecha precisa para enviarles algún veneno de regalo en cada onomástico, pero diez días más tarde se mudaron de barrio, gracias a San Eufrasio que siempre cumple. Adoro a los niños, pero no soporto la grosería de festejar a grito pelado el nacimiento de quien podría llegar a ser considerado un peligroso criminal el día de mañana”. “Hay que ser mesurados –lee de su diario de notas-, en las dulces mieles de la alegría  presente, para no ahogarnos en la amargura de su rancio acíbar en el futuro”; y agrega: “este aforismo surgió ese 23 de febrero... y aquí quedó consignado... (Doy fe) ¿Ve, señorita...?”

-¿Fue aquí mismo...? ¿En esa casa contigua a la suya, el alumbramiento...?

-No. En ese entonces yo vivía en Goya, Corrientes.

-¿Alberto Carlos Bustos, nació en Goya...? ¿En la provincia de Corrientes...?

-¿Qué le estoy diciendo...?. Ese energúmeno nació un 23 de febrero de 1929, a la sagrada hora de la siesta, en Goya, Corrientes. Lea, lea usted misma-, y me tiende una vez más esa  vieja libretita, pulcra como pocas he visto, en la que se describe lo antes narrado:

“... Interrumpió mi siesta un desgraciado acontecimiento... etc. etc. etc.".

 (“El Lagarto” Nº 27. Septiembre/Octubre.1936)

 

El testimonio que brindaré a continuación, gracias al periodista y escritor japonés y también biógrafo de Bustos (que también dejó su huella en la tierra del Sol Naciente), Nigari Gómez Michiua, lo protagoniza quien fuera -según antecedentes a ampliar en futuras entregas-, el gran amigo de la infancia y primera adolescencia del Bustos que nos ocupa: José “Pep” Martell (Sic).

 -“Alberto no nació, ni vivió, ni murió. Fue el producto más acabado de mi imaginación. Yo, le di la vida. Tanta como a sus escritos, pinturas, esculturas y música. En su nombre actué, compuse, dirigí. Tal fue mi vehemencia creadora. Pero, una tarde del desleal otoño de 1933,  estando absolutamente solo en casa, un dolor punzante en mi costado izquierdo comenzó a paralizar mis miembros. “Voy a infartar, pensé”. El dolor se agudizaba, tan insoportable era que creo haber perdido el conocimiento dos o tres segundos, los suficientes  para notar como, de mi costilla, la más cercana al corazón, se desprendía un “algo”, que, al poco tomaba forma humana. –“Yo soy...”- no necesitaba que dijera más- “¡Alberto!”, grité presa de una felicidad maternal inaudita, ¡Fruto de mis adentros! ¡Hijo mío”!...  Quise abrazarle, llorar sobre esos hombros mis lágrimas parturientas. Pero no. Me lo impidió con  gestos de rechazo, de asco, de repulsión... ¡A mí... su paridor! Luego, invocando un supuesto libre albedrío propio de la condición humana, ese “algo” por mí creado que era una notoria presencia, musitó: -"Ya no te necesito, Pep. Ya soy carne y espíritu; forma y contenido; voz y voto. Mi existencia excede tu capacidad creadora. Ahora soy. Sin vos, Pep Martell. Soy para mí.". Imagine usted mi desconcierto... tamaña ingratitud sólo es mensurable remontándonos a la de Adán ante Dios mismo. Le hablé con medidas y firmes palabras; le recordé su pertenencia y deber para conmigo; le supliqué balbuciente, en un arrebato de amor que tan sólo un progenitor podría entender. Se mantuvo frío y distante. Ese no era mi Alberto Carlos. En fin: tras una discusión que soy incapaz de reproducir por absurda e intolerable, le amenacé con un viejo trabuco de mi padre. Sus ojos vibraron en lágrimas  -falsas, por supuesto- me dio la espalda y enfiló hacia la puerta de calle. Al atravesar el salón comedor -lugar espacioso y cálido, el engendro, que cobraba vuelo propio ignorando mis derechos de autor, sagrados derechos si los hubiera o hubiese-, amartillé y percutí. Giró, incólume, fijó sus ojos llorosos en los míos, y repitió…“-Sin vos, Pep...  Ahora soy para mí...”-, giró, y sin un solo rasguño ni el menor remordimiento se marchó. Había parido un inmortal. Maldito, pero inmortal. Me desmayé. Es mi último recuerdo. Hace años fui recluido en este recinto al que algunos idiotas llaman manicomio y otros, tan imbéciles como los primeros, asilo. Nadie presta interés a mis palabras, aunque sean verdades ineluctables: ¡he sido víctima de un deshecho de mi imaginación que hoy es historia viva!, ¿entiende? ¿Cómo legitimar autoría sin constancia...?. ¿Usted es biógrafo...? ¿Podría  transcribir lo que de esta boca escuchó...?  Le ofrezco lo que pida. Mi fortuna es incalculable. Podría pasar  veinte siglos costeando los gastos de este lugar y sobrarme para otros dos milenios.... ¿Me cree...? Desciendo indirecta, aunque directamente de los duques de Baviera..."***

 (“El Hipocampo”. Enero 7 al 14. 1960. Nº 15.)

*** Hasta aquí, fragmentos de una miscelánea que desarrollaré en siguientes informes, dada la relación existente entre Bustos y Pep Martell.  ¿Personaje uno...? ¿Su autor el otro...?

 

Acaso mi juventud

haya sido un tanto extraña.

Ya entonces solía huir,

inventándome otros mundos,

en la fe de conocerme...

Cuando por fin regresaba

de algún viaje imaginario,

era una gran diversión

escuchar las opiniones

de la adusta y sabia ciencia

de los llamados mayores,

sobre mis “largas ausencias",

o mis "estados letárgicos"...

Mientras yo no hacía más

que lo que correspondía

a un impulso natural

-que, más tarde o más temprano,

seguían todos los seres-,

los adultos me juzgaban

viviendo “la edad del pavo"...

 

Agosto del veintidós:

 Escucho murmullos... Ecos...

Y esa voz sin tiempo, dice:

- "Así es el juego, en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."-

 

Agosto del cuarenta y dos:

 Estoy cumpliendo mi parte.

Robando de los bolsillos

del alma de mis edades

millones de soledades,

incontables frustraciones,

traumas, equivocaciones...

¿Será el camino del hombre

nacer, crecer, dividirse,

para volver a juntarse...?

¿Qué truco es ese...?

¿Qué juego...?

¿Quién lo gana...?

¿Quién lo pierde...?

¿Quién lo ordena...?

 

Agosto del treinta y dos:

 La vida es un gran tablero

bajo piezas que se mueven

sobre mosaicos dispuestos

con sagaz analogía:

dieciséis formas son blancas.

-tantas son como las negras-;

¿el juego transcurriría

de existir sólo las blancas?

Sin oponentes no hay juego.

No hay juego sin complementos.

Ocho peones por bando

-que parecen lo que son-,

hacen el trabajo ingrato

de intercambio, de limpieza,

de sacrificio, de lucha...

Tras esos cuantos peones,

el "alto mando" medita

técnicas de represión,

de expansión y de conquista...

 

Alfiles, torres, caballos,

se desplazan protegidos

por la turba de vanguardia.

Son, a su vez, atacados,

boicoteados, resistidos...

Saltan, corren y se esconden,

para volver a saltar

sobre algún desprevenido.

 

Hay también reinas y reyes.

Ellas son las de temer.

Ellos mantienen su esquema

de elegidos por los dioses

para reinar en la guerra

porque en el juego no hay paz,

y hasta verse acorralados,

se limitan a la espera.

 

Sostengo con los peones

mi primera conversación...

-¿Por qué esa arbitrariedad...?

¿Por qué tantos se exterminan

por cuidar a algunos pocos...? -

 Uno al turno me responde:

-"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."-

 

Agosto del veintidós

se me impone en la memoria...

 Me topo con los alfiles

y repito mis preguntas...:

-¿Por qué peones y reyes...?

¿Por qué tantas diferencias...?

¿Quién adjudica los roles...?

¿Por qué no rompen las reglas

que impiden equidistar...? -

 -"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera...

 Reinas, torres y caballos

son de la misma opinión...

-"¡Luego... luego le contesto...!"-

(del rey negro es la respuesta)…

-"¿Luego, de qué...?"-, le pregunto

-"De que acabe con el blanco"-

-"¿Y si el que triunfa es el blanco...?"-

-"Indáguelo, pues, a él..."-

 Desbordado de impaciencias,

a un costado del tablero,

observo lo que sucede...

Acumulo cuestionarios

de incógnitas de la vida

que, después de la contienda,

despejará el vencedor.

Me siento a esperar. Espero...

 

De ahí en más, todo tembló.

Fue una larga sucesión

de ataques y de defensas,

de marchas y contramarchas,

en medio del cruel silencio

que impone la inteligencia...

 

La batalla se hace historia

y el ejercicio final

es la quietud de los bandos

y la mejor posición

determina el ganador...

 

¿Importa quienes mataron...?

¿Importa quienes murieron...?

¿O importa sólo el espacio

que consagraron al juego...?

 

Puede ser que importe todo...

 Me deslizo en el tablero...

 El rey blanco se ha rendido

y me dispongo a indagar

al rey negro, que, triunfante,

mantiene el rostro de antes,

indiferente... inmutable...

 

-"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."


Observé, desconcertado,

que no existía otra pieza

en el orden de apariencia

que pudiera contestar

los "por qué" de mis dilemas...

 

Una sombra se proyecta

sobre mi mente aturdida...

Y en ella veo a unas manos

ordenando nuevamente

las piezas para iniciar

lo que nunca se termina;

y descubrí al jugador

que desplazaba esas piezas...

 

Hacia él me dirigí

y otra vez esa sentencia:

-"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."-

 

Presentí que mi equilibrio

se estaba comprometiendo.

El hombre se limitaba

a un porqué sin pretensiones

que mi ignorar de la vida

quería dimensionar...

 

Me sentía apabullado...

 Miré su cara otra vez,

y me pareció observar

que mutaba hasta el marfil

de una pieza de ajedrez...

Quiero ser claro...: era un rey....

un rey blanco, en un tablero...

 Miré hacia arriba... hacia abajo...

también hacia los costados...

y descubrí las cuadrículas...

y descubrí a los peones...

a alfiles, torres, caballos,

y a las reinas, y al rey negro,

y observé que ese tablero

se ponía en movimiento,

porque, de arriba, una mano

que su sombra proyectaba,

ordenaba a los nombrados

para iniciar la partida.

Y, tras la mano, otro hombre,

que era el dueño de esa mano

y que mutaba al marfil

de una pieza de ajedrez...

Y así millones de veces...

Y así, miles de millones

de otros hombres y otras manos

Y otros. Y otras. Y otras. Y otros...

Todos los hombres peones.

Y, todos, reyes y reinas.

Todos alfiles; caballos;

y torres blancas y negras;

que se apoyan; que se cuidan;

que se chocan; que se entregan;

que someten; que se atacan;

que se anulan; que se matan;

y que rezan la oración

del llamado "juego ciencia":

 

-"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."-

 

Los murmullos se diluyen...

El ritmo se hace poema...

 

Agosto del cuarenta y dos:

 "Voy a aprender a ordenar

la materia que me forma

para recomenzar el juego

cuanto sea necesario.

Seré blanco. Seré negro.

Seré tanto como sea.

Torre. Alfil. Seré caballo.

Seré peón. Seré reina.

Seré mi rey. Seré el juego.

 

En este instante dispongo

mis piezas sobre el tablero.

 

Una mano aprisiona mi cabeza

y me desliza...

 “De todos los juegos, el juego”. Alberto Carlos Bustos. Buenos Aires.  Agostos de 1922/32/42.

 

 NOTA DEL AUTOR (12 O 13, PRESUPONGO), EN FORMA DE PREGUNTA QUE -TAMBIÉN PRESUPONGO-, TODAS Y TODOS DEBEN ESTAR HACIÉNDOSE: ¿A qué llamará Bustos “ritmo que se hace poema”?. RESPUESTA: a un poema cuya estructura es una única posible basada en el ritmo sostenido y el crescendo que aporta desde el comienzo hasta su desenlace. Recuerden que Bustos escribía no para ser leído sino para ser dicho. Aunque ustedes no deberían tener que recordar nada porque, ¿qué saben de Bustos más allá de lo que yo les cuento aquí, que es más que incierto, no?... En fin. Ésta Nota del Autor, pueden saltársela u obviarla y/u olvidarla.  (¡Qué bien puesto ese y/u en nombre de la lengua que nos parió!)