Un
ruido ensordecedor me despertó y me obligó a levantarme. ¡Qué función
desafortunada la del reloj! Recordar que el tiempo pasa y no se puede frenar,
aunque uno apriete fuerte los dientes. Las sombras de la noche anterior
aparecían tenues en la cama. El ambiente era como un cuadro abstracto, en los
que uno sospecha que la pintura se volcó sobre el lienzo por casualidad y quedó
así acabado, sin formas definidas, más que la azarosa conjunción de los colores.