NOTA DEL AUTOR (me perdí en la numeración, lo
siento, pero no llegan a diez casi seguro): Prosigamos con los datos
acumulados tras siete meses de arduas investigaciones. La Municipalidad de la
ciudad de Buenos Aires no registra en sus legajos a persona alguna llamada
Alberto Carlos Bustos -en escrito librado a mi persona por Juan José Cuestas-,
admitiendo sí, la existencia -en los archivos salvados del último incendio
(l967)- de: Edelmiro Bustos* (pintor de andamios) (1971-1913); Fabián Bustos
(ayudante de archivos en ramos generales) (1912-1946); Primigenia Bustos
(secretaria de Intendencia en Pergamino, provincia de Buenos Aires)
(1921-1963); Segundo Bustos (¿?) (1932-1987); Florentino Bustos (peón de
asfalto) (1901-1947); Simón Eleuterio Bustos (carpintero) (1942-?); Aquilino
Bustos Hernández (picapedrero) (1922-1959); Julián Bustos Fierro (jefe de
personal) (1911-1963); Anselmo Bustos (inspector) (1929-1989); Baldomero Bustos
(inspector) (1911-1973); Antenor Bustos** (albañil) (1876-1949); Endivia Bustos
(tenedora de biblioratos y restauradora) (1901-1968); Castora (1904-1954) y Eva
(1906-1969) Bustos*** (maestras); Eduviges Bustos Armenach (directora de
escuela) (1912-1986); Marcos Pintor Bustos (1936-1979) (jardinero)...
La lista completa, abarca otros trescientos treinta
y dos municipales apellidados Bustos, pero en ningún caso algún Alberto Carlos.
Pues
bien: si la mismísima Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires ha decidido
ignorar al más creativo y libre de sus exponentes, es fácil deducir por qué la
misma es lo que es y está como está. En cuanto a las causas que fundamentarían
esa actitud, podríamos buscarlas en el miedo al cambio y a la suma de
acontecimientos que tuvieron a Alberto Carlos Bustos como protagonista, y que,
con el correr de estas páginas iremos analizando, convencidos como estamos de
la existencia del hombre y no del mito. En principio sospechamos que Alberto
Carlos Bustos fue -o es- aún persona, y que generó en su ámbito municipal una
rebelión orgánica enfrentada a la grisitud que sus conspicuos detractores
terminaron imponiendo. En su intrepidez hallaríamos, tal vez, no sólo la causa,
sino el efecto que provocara la reacción de todos aquellos que convirtieran en
un mezquino "negocio de influencias” el espíritu de lo municipal. Lo
dicho: ni un mísero legajo. Muerte civil.
(*) Padre (R. I. P.) de Albero Carlos (**) Tío de (R. I. P.) de
Alberto Carlos (***) Primas (R. I .P.S.) de
Alberto Carlos
“Ya de niño me llamaban “antiguo”. Según ellos,
vivía "en ridículo"; "abstraído en la irrealidad de la
realidad…" ** Sin embargo, los seres "menores" como yo,
también dejan huella. No busqué el éxito, ni la fama, ni la trascendencia, ni
el fracaso siquiera. No pude adecuarme, no quise resignarme, no seguí consejos,
ni impuse mi criterio. En algún sentido, fui libre. Y viví, sencilla e
intensamente, mi “minoridad”. Sin ánimo de ofender a nadie, pienso que los
hombrecitos grises, somos “grises” para los “maquillados” que creen conocernos
a través de una foto carné de mediados del siglo. Y lo digo porque nuestros
sentimientos, nuestras emociones, nuestras ganas de vivir de otra manera,
nuestros primeros sueños -por más que lo que se conozca por
"realidad" imponga límites inhumanos a los humanos- no se agotan.
Nuestros colores nacen de lo elemental del afecto. Y del dolor, de la tristeza,
de la bronca, del ansia de justicia, de la sinrazón diaria, y -también-, de toda la alegría
que presupone ese mañana diferente donde plasmaremos otra historia: aquella en
la que nadie será "gris" como hasta hoy nosotros. Es más que ser
ladrón, aunque no se considere tanto. Es ser como se es; como se puede, y, poco
a poco, como se quiere.
A lo nuestro, entonces: éstos escritos -plagados de
fórmulas “menores”, desinteresadamente humanas-, son el producto de una
persecución que, con delirio de hormiga enamorada, consumé en estos años de
urgida necesidad de comunicarme para que supieran de mi existencia. Algunos
prefieren matar o robar o engañar a los demás para lograr su bronce. Yo deseo
ser alguien para siempre. ¿Lo seré alguna vez...?. No importa si en apariencia
no; me he convencido de que si algo se desea fervientemente, sucede. Cosas han
de pasar conmigo, entonces. Aceptando que la fantasía es libertad; que la inteligencia es
libertad; que sentir es libertad; que el amor a los otros es una vida
plenamente ocupada: me descubro sin pedir permiso. Vale la pena.
**NOTA DEL AUTOR Nº ¿?: efectué un corte en el escrito, para no dinamitar el
ritmo de la carta abierta y su similitud con la siguiente que testimonia
haber leído en un acto de la Asociación Argentina de Actores el colega y amigo
Martín Adjemián.
El corte ha sido el siguiente: (“Eso
decían mis maestros -excepto la señorita Esmeralda Alaris (de primero superior
B)-, quien veía lo que nadie en mí y me impulsaba: “-Sueña, sueña, no dejes la
ensoñación, es lo único que nadie podrá cobrarte, aunque te lo hagan pagar
caro, querido Alberto-”. Para los demás -quizás alguno me mirara
condescendientemente, no quiero ser injusto, pero, para casi todos ellos, mi
manera de existir era algo así como una “menudencia”, y solían decirlo en voz
audible, con el propósito de que yo ¿me sintiera así?, ¿se puede ser tan cruel
con un niño?, o era mi imaginación lastimada y solitaria?...)”
“Carta abierta a quien me encuentre”. Alberto
Carlos Bustos. Buenos Aires. 1974. (Según Pedro Más. Peluquero Afro)
“Supe por otros, que jamás iba a ser alguien
relevante. Que pensaba "en ridículo"; "en abstracto";
"en la irrealidad de la realidad", y que existir como yo era
innecesario.
Sin embargo, los seres menores como yo, también
dejan huella. No busqué el éxito, ni la fama, ni el fracaso, ni la
trascendencia; pero fui libre. No pude adecuarme. No quise resignarme. No seguí
consejos, ni impuse mi criterio. Viví. Sencilla e intensamente, viví.
Esta historieta plagada de fórmulas humanas; estos
escritos; estas músicas; estos dibujos y pinturas; son producto de la búsqueda
de un mí mismo que, con delirio de hormiga enamorada, consumé en años de una
urgida necesidad de comunicarme con otros humanos como yo, para que
supieran de mi existencia. Quise ser en alguien. ¿Lo seré alguna vez...? No
importa si en apariencia no. Yo deseo ser. Algo bueno ha de pasar conmigo,
entonces.
Estoy convencido de que aquello que se desea fervientemente,
sucede. Hay quien prefiere matar, o robar, o engañar para lograr su bronce.
No me interesa el dinero, no al menos como para
desvelarme, y menos aún como para tener que lidiar con impuestos y otras
malas hierbas. Ya tengo bastante con ser lo que los "maquillados"
llaman "un hombrecito gris". Sin ánimo de ofender, pienso que
"los hombrecitos grises" somos grises para los que creen conocernos a
través de una foto carnet de comienzos del siglo. Pero, a pesar de ellos,
nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestras ganas de vivir de otra
manera, nuestros primeros sueños -por más que lo que se conozca por
"realidad" imponga límites inhumanos a los humanos-, no se agotan.
Nuestros colores nacen de lo elemental del afecto, del dolor, de la tristeza,
de la rabia, de la angustia, del escalafón, de la sinrazón diaria y de toda la
alegría que presupone un mañana diferente: esa tela donde plasmaremos otra
historia; aquella en la que nadie será "gris" como hasta hoy
nosotros. Es mucho más que ser parte de ¨la mafia¨, aunque no se aprecie tanto.
Es ser como se es, como se puede, y, a veces, como se quiere. Bien; si sirve de
algo: ésta es parte de la única vida vivida por alguien que propone: si están
solos: escriban, lean, escuchen y hagan música, pinten, canten, bailen,
actúen... estudien siempre, investiguen, curioseen... -el tiempo no se escapa
por hacerlo, el tiempo, así, viene, siempre viene-. Y si están acompañados,
también. Compartan la aventura interminable. Acepten que la fantasía es
libertad; que la inteligencia es libertad; que sentir es libertad; que el
querer a los otros es una vida plenamente ocupada. No se achiquen. No pidan
permiso. Descúbranse. Vale la pena”.
De
ustedes, siempre:
Alberto Carlos Bustos (municipal y
pájaro)