No
sé juzgar poesía. Soy, más bien, escritora de televisión, y en ese lenguaje que me es más
conocido, puedo hacer mi reseña: me conmovieron mucho “Un gato” y “Una
tortuga”, pequeños homenajes a la ternura. El “Poema que pudo haber
soñado un ex presidente”, con la aparición de Bolivia pidiendo su salida al
mar. La presencia de dos que tres dignatarios derrotados, unos en Grecia, otros
en América Latina. La historia trágica de amor que se intuye detrás de
los delfines amarillos. Melancolía, un toque de humor por aquí, por allá.
Me encanta –como en las series de suspenso– cuando una línea que no
esperaba se agazapa tras una puerta y me sorprende de pronto.
Y como no sé
juzgar poesía, supongo que la buena es aquella que convoca imágenes,
atmósferas. El olor de un color o el sabor de la brisa. Y en este recorrido
encuentro poemas que saben a líquenes, a rocas, a sal, que evocan aguas color de
musgo, el viento frío, graznidos de aves que me son desconocidas, que tal vez
nunca llegue a escuchar. El mar argentino, pues. Me pasó lo mismo con
Mutis, su Maqroll el Gaviero, esa sensación de viajar a mares remotos. Viajar,
lo más sublime que nos brinda la literatura. Hoy me permití viajar con los
poemas de Nicolás García Sáez.
Prólogo de Leticia
López Margalli