“La historia a la que
sistemáticamente hacemos referencia es la del atropello consumado, la de la
epidemia de poder que ha atacado a ciertos humanos, febriles en su ignominia.
Pero, si la historia contada no debiera ser esa: ¿Cuál...? ¿Cuál, que no fundara
su epicentro en muertos y heridos...? ¿Cuál, que sacudiera la morbosa letanía
de quienes cómodamente reciben la buena nueva de que sus ejércitos han
invadido, han destruido, han matado, han violado, han implantado el nuevo orden
y regresado con el botín macilento de lo olvidable...?”
Esto fue lo que me dijo esa voz, así
me habló y trasladé a mi primer cuaderno sobre él, Alberto Carlos Bustos, un 20
de marzo de 1984.
¿Por qué me eligió?... ni idea… la
cuestión es que, desde ese día, regularmente, avanza en mis oídos internos su
palabra -una voz temblona como pidiendo permiso pero sin dar oportunidad a
decir: “No, por aquí no se entra”-, que aparece y se impone sin exigencia
alguna. Esa voz que, con el tiempo, me ayudaron a expandir unos pocos amigos de
distintos sexos que iré presentando al correr de mi cuento.
Nunca me hizo daño –esa voz, digo-,
me fui acostumbrando a ella y -salvo en los estados de ostracismo que heredé de
mi padre o los de profunda melancolía (esa que hoy se entiende como depresión)
que me espejan a mi madre, escucho a Bustos y me apuro a encontrar el lápiz y
el papel que lo plasme porque “la inspiración huye como una gaviota”, a su
decir. Lo escribo a mano sí, y con una letra pequeñísima -nada parecida a la
mía-, que me obliga a montarla sobre letra pequeñísima (literal: escribo sobre
lo ya escrito), para devanar luego todo ese lío de pensamientos y emociones,
como se hace con un ovillo enredado por un gatito juguetón.
Al transcribir lo dictado, puede que
haya equivocaciones y hasta “ayuditas” -ni pedidas ni necesitadas por el
verdadero autor-, pero no voy a pedir disculpas. Errar es humano y esa voz
aparece cuando quiere y dónde quiere y todas sus palabras -por más
diferenciadas a lo largo de los siglos-, cuando sólo el sentido del oído
concurre a recibirlas, pueden necesitar atraparse con la ayuda de la
imaginación. Y la imaginación cocina, deja el plato servido y se va. Y uno
come, a veces sin saber qué. En menudo trabajo me ha metido esa voz…
La palabra “archivos” rebota en mi
cabeza. Archivos sin amor, o con mucho amor, o despiadado amor, archivos de
amores llenos de luces y sombras… amor a borbotones, que la voz va olvidando en
mí como si fuera alguien confiable.
Hagan el esfuerzo de entenderme: pasé
estos últimos años negándome a escucharla.
No quiero su poesía; no quiero su
absurda manera de vivir respondiendo a cada frustración con un acto creativo
–práctica que se ha trepado como hiedra a mi árbol; al sexual, también-,
ahogando mi propia vida, impidiendo mi sanación. ¿Cuál…?
Esa voz es parte de mí, temo que al
abrir las compuertas, todo su palabrerío acumulado me esclavice al lápiz y al
papel, pero sin esos amigos con quienes cantarla y decirla y musicar sus
dolores y alegrías, me siento perdido.
Es parte de mí, sí, no quiero matarla
ni ser poco agradecido con la cantidad de archivos de los que me hizo
depositario porque sí, pero tampoco quiero aguantarla a su manera. No a esta
edad mía y sintiéndome tan solo como el dueño de esa voz a sus treinta y
cuarenta y cincuenta y más años, impidiéndome escuchar otro sonido. Siento que me
inyectó algo -quizá tan potente como las mismas vacunas contra esta puta
pandemia que ha transformado mi final de fiesta en un no poder ver las hermosas
bocas y lenguas que la divinidad nos dio para lucir y lucirnos, en algo muy
privado.
Año 2022. Me llamo Miguel Ángel Solá
Vehil. Tengo setenta y un años, necesito -si quiero seguir viviendo algo más- y
dada la soledad que me rodea y pone en duda mi animal social, letrigrafiar esa
voz -con nombre, apellido, oficio y vocación-, ante el pequeño mundo que va a
leer a continuación. Si quiere. Yo lo cuento igual…
Poco se sabe de Alberto Carlos
Bustos, o casi nada… municipal de trabajo, pájaro de vocación; padre y
propulsor del estilo "ad-hoc-quino" -a propósito de adoquines-, la
más virtuosa expresión en adoquinado pictórico plano, conocida hasta hoy.
Artista. Partícipe en casi todo; dueño de nada. Algo parecido a quienes vemos en
una semilla la manifestación más acabada de la fe. Aquí, entonces, el fruto de varios años de reconstrucción de hechos y
circunstancias que hacen a la existencia de datos sobre la vida, obra, sueños y
sexo de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro; y a la casualidad, si la
hubiera, que me ligó a su indudable paso por esta tierra. Y la voz dijo…
“¡Adelante, amigos! ¡Pasen y vean
cómo engorda la miseria alrededor...!
¡Pasen y vean! ¡Ya no cantan los pájaros
y las arañas tejen paralelas sin apoyo...!
¡Pasen y vean a las vacas viviendo en hormigueros
y a las tortugas agitando alas de murciélago...!
¡Pasen y vean, señoras!
Hay de todo, como en botica: mucosidades pastosas llenas de consuelo;
premios medianos como alopecias, micosis, sarnas, culebrillas...
O bien premios mayores a elegir: sífilis; tuberculosis;
cánceres de cualquier tipo; algún infarto al miocardio;
y hasta un almuerzo con el de facto Prescindente de la Nación
Argentina...!
¡Pasen y sientan el asco que brota de los cerebros
libres,
de los corazones tumultuosos, de los pulmones
hechos al aire no contaminado...!
¡Pasen y asómense al bestialismo, a la ignorancia, a la incapacidad,
a la corrupción, a la vulgaridad, a la tiranía...!
¡Pasen, señores...! ¡Enfréntense a estos espejos que todo deforman.
Observen detenidamente en qué se han convertido por obra y gracia
de unos feriantes siniestros...!
¡Sí, pundonorosos cómplices de toda la cobardía que tolera y calla,
renegando del elemental instinto de conservación...! ¡Pasen y vean…!
¡Pasen, señores y señoras...! ¡Han pagado la entrada y merecen todo;
y si bien buscan, mal encontrarán mucho más...!
¡Hombres y mujeres de ésta tierra!:
¡Pasen y diviértanse a lo ancho y a lo largo y a lo alto
de esta casa color rosado; construida para hombres
y habitada por intermediarios de la ignorancia que esclaviza...!
¡Luego, saciados ya, regresen a sus constituidos hogares
y arropen a sus criaturas, relatándoles cuentos de hadas buenas,
gnomos guardianes príncipes azules y brujas verdes…
porque lo que aquí vivan, jamás podrán contarlo si les queda un gramo de
vergüenza...!
¡Ustedes permiten la existencia de este barracón de horrores que,
por ahora, les permite dormir, aunque les robe el sueño...!
Devendrá el insomnio que trae remordimiento y sacrifica criaturas...
¿Quiere usted saber por qué será filicida...?
¡Pase y vea, señora...! ¡Pase y vea, señor...!
¡Pasen y vean...!
“Visita guiada: Alberto Carlos Bustos. Buenos Aires, septiembre de
1929.
“Alberto Carlos Bustos nace en Tanti, poblado
cordobés de la República Argentina, el 31 de enero de 1926 bajo el patrocinio
de una lluvia torrencial", según el
historiador Maximino Bengolea, habitante de Merlo (provincia de San
Luis). Sin embargo, Terencio Gómez de la Serna -historiógrafo
del coronel Amancio Virá Pomeo-, adjudica a “Rosario
(provincia de Santa Fe) la cuna del antes nombrado, en fecha no establecida del
mes de agosto del mismo 1926”. -
"El Pregonero". Agosto 23 de 1956.)
Belisario Rosquet, abogado,
oriundo de la localidad de Venado Tuerto (Santa Fe) -aunque establecido en la
Capital Federal desde los ocho años- sostiene, a su vez, que: “Alberto
Carlos Bustos, nació un 8 de junio, también de 1926, en Lincoln, provincia de
Buenos Aires.-
Maximino Bengolea,
ortopedista, refuta esta versión, advirtiendo que: "Belisario
Rosquet no existe en los padrones de Venado Tuerto ni en los de la Capital
Federal y que, por tanto, sospecha sea un "pista falsa" de las
sembradas por ciertos detractores de Bustos que hicieran circular para
negar a éste identidad, terruño y fiesta de cumpleaños". Y
añade: “La fecha de nacimiento de Alberto, de no ser la del 31 de enero
de 1926, podría situarse en algún día del mes de mayo de 1926 y sin lugar a
dudas en Córdoba ciudad".
"La
Saeta Cordobesa". Marzo de 1959