Después, Abelardo lloró varias noches por la ausencia
de su compañera de colegio. Muchos años más tarde se encontrarían nuevamente: él
también había vivido unos años fuera del pueblo recorriendo distintas
geografías del país, sin poder quitar de la memoria esas tardes cuando, de
niños, salían sigilosos (para no ser descubiertos) a indagar los arcanos del
campo y volvían abrazados, saboreando más de una vez la dulce raíz del
miquichi. El regreso de Amanda lo había puesto muy feliz. ¿Cómo estaría? ¿La
podría reconocer? Cuando escuchó el sonido del tren acercándose las manos se
le humedecieron y su corazón se apresuró.