domingo, 3 de julio de 2022

OLIVERIOS & PLATÓNICOS // LAURA CHIAVETTA // HOLODOMOR (4)

Seguimos avanzando, respirando a cada paso la pestilencia. El camino se había despejado y se extendían ante nosotros las calles desoladas. Tan desoladas como nuestra pesadumbre. Recuerdo que me sentía muy débil, reuní todas mis fuerzas y seguí caminando. Llegamos al pozo. Mamá sentó a Andrei en el suelo y cargó el bidón con agua. Bebimos los tres. Nos mojamos las caras. Sentí una inconfesable delicia, el más exquisito placer de todos, a la vez que experimentaba la culpa y pensaba en Borys. El sol comenzó a ocultarse, por lo que debíamos regresar. Mamá cargó el bidón por última vez, luego se agachó y levantó a Andrei del piso; lo cargó en sus brazos, mientras yo observaba su rostro demacrado y triste. No obstante, se notaba que ella albergaba en su interior una enorme entereza para soportar los infortunios que nos sucedían. Recuerdo la gran debilidad que padecí y el retorno de las impiadosas punzadas del hambre.

 Tomamos otro camino hacia la aldea; mamá deseaba evitar mi encuentro con los despojos de Borys, si es que aún existían rastros. La oscuridad avanzaba lentamente, tan lenta como nuestros endebles pasos. Mis rodillas se entrechocaban con frecuencia y más de una vez caí de bruces.  Una enorme luna alumbraba el camino. Estábamos a doscientos metros de casa cuando tres hombres nos interceptaron. Mi corazón se sobresaltó al mismo tiempo que mamá lanzó un grito desgarrador y tiró el bidón; el agua se esparció por la tierra seca.

—¡Corre, Marko! ¡Corre!